El esplendor de la
sabiduría. Hemos visto hasta ahora que la filosofía es el amor a la sabiduría y
nos hemos detenido en apenas los comienzos del gran camino que es la
adquisición de la sabiduría: en el encuentro con la verdad. Luego, hemos visto
a grandes rasgos lo que es el saber filosófico como un saber de la totalidad de
la realidad, por sus causas más profundas, adquirido por la luz de la razón.
Hemos señalado, así mismo, que el camino de la sabiduría es largo y lleva a
desplegar toda una actividad que arranca con la admiración y aspira a ir
paulatinamente adquiriendo la sabiduría. Ya desde la antigüedad, se tenía
nociones de la sabiduría. Así tenemos la definición que de ella da Aristóteles
en su Metafísica. Según ésta la sabiduría es un conocimiento profundo, que va
hacia las causas: "Nosotros estimamos que en toda empresa los arquitectos
son más sabios que los obreros manuales, porque conocen las razones del
trabajo, mientras que los últimos trabajan sin saber lo que hacen. No es la
habilidad práctica la que hace ser más sabio, sino la comprensión y el
conocimiento de las causas". Sin embargo, la definición formal que
Aristóteles da de la sabiduría se encuentra en el libro VI de la Ética a
Nicómaco. Allí se entiende la sabiduría trabajando sin saber lo que hacen. No
es la habilidad práctica la que hace ser más sabio, sino la comprensión y el
conocimiento de las causas". Sin embargo, la definición formal que
Aristóteles da de la sabiduría se encuentra en el libro VI de la Ética a
Nicómaco. Allí se entiende la sabiduría como un hábito, es decir, como una
disposición del espíritu, de una virtud intelectual. Se trata de un hábito que
el hombre adquiere (los hábitos pueden ser innatos o adquiridos por el
ejercicio) en su inteligencia. ¿Y cómo se adquiere este hábito de la sabiduría?
La sabiduría es la consideración de las causas primeras. Sólo considerando esas
causas tan radicales es posible adquirir la sabiduría. Lo específico del ser
humano, lo que le diferencia de otros vivientes, es su naturaleza racional.
Según esta facultad el hombre puede tener virtudes intelectuales, de acuerdo
con los actos intelectuales que realice. Estos actos intelectuales tienen su
correspondiente hábito o virtud. Así, el hombre gracias al ejercicio de sus
actos intelectuales, puede adquirir las siguientes virtudes: la sabiduría, el entendimiento,
la ciencia, el arte y la prudencia. Cada una de ellas es diferentes. Como se
sabe, el intelecto humano puede ser tanto teórico como práctico, ya que se
puede aplicar a las esencias abstractas, ideas teóricas (sabiduría teórica), o
se puede aplicar a los asuntos concretos y prácticos (sabiduría práctica).
Aquellas cinco virtudes se distribuyen, pues, en dos grupos. Entendimiento,
ciencia y sabiduría conciernen a la función teórica del espíritu, al intelecto
especulativo, como dice santo Tomás, es decir que perfeccionan el espíritu en
cuanto éste conoce simplemente. Arte y prudencia, en cambio, conciernen a su
función práctica, al intelecto práctico, al cual perfeccionan en cuanto que
aquel dirige la actividad del hombre. El entendimiento (como hábito, no como
facultad) es el conocimiento de los primeros principios de la demostración,
principios que son indemostrables. La ciencia es el conocimiento de las
conclusiones, de la demostración, es decir, el conocimiento de las verdades
demostradas. El arte (literalmente, la técnica) es la aplicación de la razón a
la fabricación de objetos, en pocas palabras, es la razón aplicada sobre lo
factible, por eso sigue unas pautas, unos procedimientos, unas reglas
concretas. La prudencia es la aplicación de la razón a la dirección de los
actos humanos, del obrar humano. Consideremos ahora con mayor atención la
sabiduría teórica. Encontraremos aquí todos los rasgos indicados más arriba,
pero en una síntesis en la que cada uno ocupa su lugar y es, de algún modo, deducido.
Porque el primer rasgo de la sabiduría, el único verdaderamente esencial,
consiste en que la sabiduría teórica tiene por objeto las causas primeras. Así
pues, la sabiduría filosófica será en primer y principalísimo lugar la
sabiduría teórica, que no se propone ninguna aplicación práctica, ninguna
utilidad. Es, como diríamos hoy, desinteresada. Lo que no es obstáculo, claro
está, para que la sabiduría proporcione un gozo inmenso, la alegría de conocer,
de comprender, considerado por Aristóteles como el bien supremo del hombre. La
sabiduría supone unos grados en su posesión. Es posible distinguir una
sabiduría pura y unas sabidurías relativas, lo que se suele llamar una
filosofía primera y unas filosofías segundas. Estas últimas consideran las
causas primeras pero no en sí mismas sino dentro de un ámbito determinado: la
naturaleza, la vida. En cambio la sabiduría pura es un saber sobre las propias
causas primeras, y sobre los principios absolutamente radicales y universales.
La sabiduría es también ciencia, puesto que la ciencia es el conocimiento de
verdades a las que se llega por demostración a partir de unos principios: la
sabiduría filosófica añade a la ciencia la característica de versar sobre los
mismos principios y juzgar sobre todas las cosas. La filosofía se ocupa de un
tipo de causas: de las causas últimas de toda la realidad. La sabiduría más
excelente en el plano teórico natural es la que se obtiene en la filosofía, a
través de la metafísica, la antropología y la Teología natural. Esto es así debido
a que los conocimientos más radicales son precisamente los que se refieren al
universo (Metafísica), al ser humano (Antropología) y a Dios (Teología
natural). Sin embargo, también existe una sabiduría sobrenatural, la que se
fundamenta en la Revelación y que se alcanza por la fe sobrenatural.
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