Esta
situación es la que hace que algunas personas digan que la filosofía no sirve
para nada, porque no produce nada concreto. Sin embargo, esta es una afirmación
apresurada. Se olvida con frecuencia que gran parte del conocimiento de las
ciencias ha sido el resultado de la reflexión filosófica, cuyos derroteros
también han sido determinados por ella. Los desarrollos de la física, de la
matemática, o de la informática, por ejemplo, serían impensables sin los
aportes que a lo largo de la historia les ha ofrecido la filosofía. Pero hay un
valor de la filosofía que en la práctica es mucho más importante que el
señalado antes. Para buena parte de los filósofos, en especial para los griegos
y los romanos, el sentido de la filosofía estaba en que ayudaba a descubrir un
sentido a la vida. Se concebía la filosofía como una reflexión que permitía
ordenar nuestros actos, buscarles un sentido, suministraba herramientas para
enfrentar al mundo y su infinidad y para hacer parte de la humanidad y resistir
sus retos. En esta concepción de la filosofía como un arte de vida se funda en
gran parte el origen mismo del pensamiento de Occidente. Los filósofos griegos
nunca perdieron de vista la manera de orientar su existencia mientras buscaban
los principios y las causas de la realidad. Sin embargo, hoy en día, muchos
filósofos han puesto de presente la necesidad de recuperar esta concepción de
la filosofía. Pues el sentido de la vida ha dado paso a una preocupación que
margina al hombre, imponiendo como única meta y razón de ser de la existencia la
técnica, la producción, el poseer. Este interés pragmático exclusivo ha hecho
que la filosofía se olvide de otras dimensiones que también planifiquen de
manera real y válida la inquietud y el deseo de realización del hombre actual.
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